martes, 27 de septiembre de 2011

Irlanda Exprés (o Aventura sobre ruedas II)

Esto son cuatro españoles que se van un día de excursión... Así podría comenzar mi última aventura en Irlanda. Los que leyeron 'Aventura sobre ruedas', ya sabrán de qué va a ir la historia. Pero la realidad supera a veces a la imaginación...

Viernes tarde. Señor G. y yo decidimos viajar el fin de semana a un pueblo (Waterford) a poco más de una hora de Cork, para hacer turismo y ver un campeonato de surf que tenía bastante buena pinta. Se apuntan al viaje dos españoles más, R. y M., chico y chica, compañeros de la academia de idiomas. Un quinto, francés, también se apunta pero es seria duda cuando le decimos que saldremos temprano, a eso de las 9 (menos mal que finalmente no se vino, porque el lunes empezaba a trabajar... ya lo entendereis...). El medio de transporte, por supuesto, mi super bólido.

Sábado por la mañana. Salimos según lo previsto (el pobre francés no quiere madrugar) y nos ponemos rumbo a Waterford. Un clima estupendo, llegamos sin problemas, hacemos turismo... y nos permitimos el 'lujo' de comer en un chino. La única pega, que Señor G. y R. han pisado unas hermosas cacas de perro y aunque eso en España es sinónimo de buena suerte, a lo mejor en Irlanda significa todo lo contrario, como pensaríamos después. Estamos que nos salimos. La ciudad es pequeñita así que después de comer nos vamos para Tramore, otro pueblo aún más pequeño, pero situado en la costa y donde supuestamente se celebraba el campeonato femenino de surf que iba a hacer las delicias de R. (y supongo que también de Señor G., aunque no me lo dijera). Allí esperábamos cuerpos esbeltos, rubias californianas, olas increíbles... pero no. Poco o ningún ambiente, nadie haciendo surf, unos cuantos en monopatín... y los autóctonos del lugar, que también son rubios, pero no californianos.

Ya antes de salir habíamos decidido que haríamos noche en algún lugar, aprovechando bien el fin de semana y que nos movíamos hacia el sureste de Irlanda. Pero Tramore tenía poco que ofrecer y se nos planteaban tres opciones: volver a Cork, volver a Cork pero parando en algún otro pueblo y hacer noche en él, o ir más hacia el este aún, a un pueblo llamado Wexford, a unas dos horas y media de Cork.

Supongo que no dudaréis que nos fuimos a Wexford. Nos sentíamos viajeros, sin nada organizado y a merced de nuestros deseos. Venga, pues a Wexford. Resultó ser un pueblo casi fantasma. Vale que llegamos a las 6 de la tarde, pero siendo sábado nos extrañó que las únicas personas que estuvieran por las calles fuéramos nosotros. Pocos pubs (más extraño todavía) y poco que ver... ¿Y vamos a hacer noche aquí???, decía R. 'Mira que yo no sé si voy a poder soportar tanta marcha nocturna'...

Y aquí, al Señor G. se le ocurrió la brillante idea. 'De Wexford a Dublín hay poco más de una hora, yo no digo ná'... 'A las 9 estamos allí, salimos por Dublín, hacemos noche y mañana hacemos turismo'... 'Venga, sí, y de paso nos vamos a Belfast y podemos coger un avión pa Londres, desayunamos allí, damos una vuelta y por la noche regresamos a Cork, no te digo', comento yo. ¿No te digo? Que la moción fue secundada por los otros dos compañeros de viaje y ahí nos ves a los cuatro, a las 7 de la tarde, rumbo a Dublín. No sé si os imagináis la escena: típica bravuconería española de ¿a qué no...? y el otro, ¿qué no???, y yo, 'venga ya', y los demás, 'eso, eso, vamos, vamos'. Bueno, pues vamos.

Llegamos a Dublín a eso de las 9 y media de la noche. Aparcamos, todo bien. ¡Jo, esto sí que es una ciudad, y no Cork!...¡Cómo mola! Emocionados estábamos. Pero había que dejar cubiertas las necesidades básicas antes de introducirnos en la noche dublinesa: cena y cama. Nos pusimos a buscar un bed&breakfast (para los de la ESO, un sitio en el que te dan cama y desayuno por precio módico). Una hora después no habíamos encontrado ninguno. Preguntamos a la gente, y encontramos, primero, a una china filipina que nos decía que su guesthouse no había camas libres, y segundo, un hostel en el que, en el mejor de los casos, tendríamos que compartir habitación con 10 personas más.

Estábamos ya casi en las 11 de la noche. Yo, medio desesperada, medio cansada, me estaba acordando de toda la familia de mis compañeros por decidir venir a Dublín. Entramos a unos 10 b&b (todos regentados por indis, que además, se ponían a regatear los precios) y todos llenos, y los que no estaban llenos, pedían unos precios desorbitados. Yo me veía ya durmiendo en mi super bólido, o peor, volviendo a Cork de madrugada (son unas 3 horas de viaje).

Al final, presos ya casi de la desesperación, los dos hombres del grupo encuentran dos habitaciones libres en este hermoso bed&breakfast:


El Adelphi. Por fuera, muy mono, pero por dentro... pufff, podría haber sido peor, lo reconozco. Digamos que, por lo menos, no olía a pollo tandori y las sábanas parecían estar limpias.

Con tanto trajín, ya se nos había echado la 1 de la madrugada encima y ya no había ganas de noche dublinesa. A dormir y mañana será otro día. Y vaya si lo fue.

Yo lo empecé con un típico desayuno irlandés, para reponer fuerzas.


Hicimos la visita rápida de Dublín, comimos en un restaurante de nombre Salamanca y con carta de tapas y paella y rumbo a Cork. Hora de llegada prevista: las 8,30 de la tarde.

Primer escollo en el camino. Nos perdemos un poco al salir de Dublín y Señor G. y yo tenemos un pequeño 'encontronazo' (creo que secretamente le da coraje que yo lleve la razón en cuestión de carreteras). No pasa nada. Encontramos el camino. A unos 90 kilómetros de Dublín, dirección Cork, el coche empieza a hacer unos ruidos extraños. Empiezan poco a poco, y cada vez son más fuertes. Con el acelerador pisado a tope, el coche no pasa de 60 kilómetros/hora. Yo me empiezo a poner nerviosa y temo una explosión y todos volando por los aires. No hay explosión, pero el coche anda 'a tirones'. Ay, mi super bólido, que me falla otra vez!

Señor G. decide, y menos mal, parar en la primera salida que veamos. Y paramos ahí, en mitad del campo, con sus vacas y todo. Llamo a mi anfitriona C. y no sé por qué, porque no la entiendo a veces, no puede hablar mucho conmigo y me dice que llame al seguro. Clase acelerada de inglés, de la cual me siento muy orgullosa, porque si no, no estaría de nuevo aquí escribiendo, sino por ahí, en algún pueblo perdido de Irlanda, ordeñando vacas.

Consigo explicarles qué pasa, dónde nos encontramos, que nos vengan a recoger... A la media hora, aparece el señor irlandés de la grúa, un jovenzuelo en manga corta que alguien ahí arriba nos puso en el camino (o quizá la suerte de las cacas). Y lo digo así, porque, aparte de decirme a mí y a mi anfitriona C. que el coche había muerto definitivamente, nos solucionó algunas otras cuestiones vitales para nosotros esa tarde. La historia era la siguiente: a 150 kilómetros de Cork como nos encontrábamos, un taxi de vuelta nos costaría unos 200 euros, a sufragar íntegramente por nuestros bolsillos. Tampoco nadie podía venir a recogernos, entre otras cosas, porque la única que tenía conocidos irlandeses era yo y no sé por qué, pero C. no podía prestarme atención. Así que la única opción era que un taxi nos llevara a un pueblo perdido en la meseta irlandesa e hiciéramos noche allí, esto sí pagado por la aseguradora. Eso, o nuevamente me veía haciendo noche, y esta vez no en el coche, sino debajo de las ubres de una vaca. El punto negativo: que yo no llegaba a tiempo a trabajar, pero ya digo, era eso, o hacer noche bajo la vaca.

Así que el jovenzuelo de la grúa nos consiguió el taxi y un buen precio por la habitación en un hotel bastante diferente al b&b de la noche anterior.

Llega el del taxi, que en principio nos tenía que llevar al hotel directamente. Pero nos empieza a liar, y nos pregunta que si no queremos volver a Cork, en tren o en autobús, que según él, todavía tienen que salir algunos. ¡Oh, claro que sí, preferimos llegar a Cork esta noche! Vale. En el trayecto le dicen que trenes no hay. Ok, pero el tipo sigue empeñado en que autobuses tié que haber. Le hacemos caso. No hotel. Pero en lugar de llevarnos a la estación de autobuses, que sería lo lógico, nos lleva a una parada en mitad del pueblo, donde no hay ni horarios ni nada, y ahí nos deja. Empezamos a preguntar. Nadie sabe nada de autobuses que van a Cork. Pero sí de autobuses que van a Limerick. ¿Y por qué no vamos a Limerick y allí cogemos otro a Cork?, dice R. ¿What? Oh, no, ya he tenido suficiente Irlanda exprés por el momento.

Total, que allí esperamos cerca de media hora, y... ¿a qué no sabéis quién apareció para decirnos que autobuses nothing de nothing? ¡El jovenzuelo de la grúa! A modo de rescatador de nuevo, nos dijo que mejor nos fuéramos para el hotel y que allí preguntáramos los autobuses de primera hora de la mañana, que allí no teníamos nada que hacer.

Le hacemos caso, pero antes, parada técnica para cenar. Lo único abierto por esos lares, un restaurante indio con olor a pollo tandori de nuevo. Cenamos más mal que bien, y en esto que ya nos íbamos, cuando empieza a entrar en el local la familia indi al completo. Aquello parecía más un cónclave para aniquilar a media humanidad (lo siento por los indios) que un take-away de comida rápida. Nos fuimos por patas, bueno, en taxi, hasta el hotel, y cuando vimos la habitación, supimos que nuestra suerte había cambiado, al menos, por esa noche. Una cervecita de 'qué bien que lo hemos hecho' y a dormir.

Lunes por la mañana. Hora prevista de salida del autobús: las 10 y 15. Y aún así no las teníamos todas con nosotros, ya que no encontrábamos la parada, y eran las 10 y 20 y no habíamos visto ningún autobús a Cork por los alrededores. ¿Es que esto no va a acabar nunca? Sí, sí acabó. El autobús llegó y por fín pudimos regresar a Cork.

Hogar, dulce hogar.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Balance mensual

Hace ya un mes que estoy en Irlanda. Aunque parece que llevo mucho más tiempo, por lo cómoda que estoy. La verdad es que pensaba que me iba a costar mucho más adaptarme al país, a las nuevas costumbres, al idioma... Pero ya me siento como en casa. Algo habrá tenido que ver que haya conocido a un grupo 'majo' de españolas y que Señor G. llegara también hace ya una semana y media a Cork.

Él tiene su particular aventura. Sobre todo, con el idioma (vino sin tener ni 'papa' de inglés), con su búsqueda de trabajo y con sus compañeros de apartamento, que cambian cada semana. Italianos, franceses, españoles... un apartamento muy multicultural en el que vive Señor G.

Ahora, después de un mes y con mi superbólido de nuevo en marcha (nunca supe lo que le pasó, algo del aceite, creí entender...) no hay quien me pare. Voy, vengo, visito, llevo, traigo... Mi última excursión fue el fin de semana pasado a un pueblo costero muy popular en el sur de Irlanda: Kinsale.



Y el fin de semana próximo tengo previsto otro viajecito, no vaya a ser que Mister G. encuentre trabajo antes de lo previsto y me quede sin 'partenaire'...

Después de todo este tiempo, creo que puedo sacar algunas conclusiones sobre este país y sus gentes. Allá vamos:

1. Los irlandeses beben muuuuuucha cerveza. Mucho más que los españoles, que nos van más las cañas y los botellines. Aquí, del medio litro por ronda no bajan. Jóvenes, mayores, chicas, chicos...

2. La 'marcha' nocturna es, digamos, peculiar. Las mujeres son un tanto 'liberadas' (por llamarlo de alguna manera... he oído historias que no puedo reproducir aquí por pudor) y los hombres, bastante cansinos. A su favor diré que no les suele importar mucho cómo vayas vestido, ni lo que hagas, ni a ellos les importa lo que pienses tú de su vestimenta (las adolescentes parecen las Spice Girls en ciernes) o de su proceder. Mientras haya cerveza, todo va bien.

3. Los españoles les debemos parecer exóticos, sobre todo las mujeres de corta estatura y morenas (a diferencia de las altas y hermosotas rubias irlandesas, los autóctonos deben pensar que hemos salido de una selva aborigen, por lo menos). Como anécdota contaré que mis tres churumbeles se parten de risa cada vez que me ven la barriga (y no porque me cuelgue, sino porque dicen que es 'brown' - marrón, para los de la ESO).

4. Les encanta disfrazarse. Me remito al punto 2 y reitero lo dicho para las adolescentes. Pero no, es que aquí lo de los disfraces no se queda sólo en Halloween. Mis tres churumbeles pueden ir tan tranquilos al supermercado de esta guisa:


5. Es un país cuya media de edad es bastante joven y que tiene el futuro asegurado por la cantidad de churumbeles existentes por metro cuadrado. Ello se debe, en parte, a que siendo un país católico, el aborto no está permitido y hay altas tasas de embarazos en adolescentes y jóvenes. Digamos que, a mi edad, y si hubiera nacido en Irlanda, tendría ya por lo menos cuatro retoños... Lo que me sorprende más es que muchas madres no son trabajadoras (fuera de casa) y con un único sueldo mantienen a toda una familia de 6, más gato o perro incluido. Sé que no trabajan porque a muchas de ellas me las encuentro en el cole recogiendo a sus churumbeles o en la 'guardería' (no os he contado todavía lo graciosas que son las guarderías aquí: están en casas o en iglesias, pero tú no dejas al niño y te piras, tienes que estar con él jugando al mismo tiempo que te tomas un café y unas galletas hablando con la madre de turno, y finalizando la jornada con canciones infantiles - algunas de ellas dedicadas a Jesús-. Me lo paso 'pipa').

6. El tiempo te puede volver loca. Ya he hablado de las cuatro estaciones en un mismo día, pero es que ahondo más en la cuestión y diría que puede llover y hacer sol al mismo tiempo, viento y niebla y algún relámpago que otro en el horizonte.

7. Tienen algunos de los paisajes más bonitos y bucólicos que yo he visto (de momento). Yo, acostumbrada al secarral amarillo de la Mancha, casi lloro de emoción al darme cuenta que existe el color verde, y en un montón de tonalidades, y que en la vida real también existen las vacas, con sus manchas blancas y negras y todo.

8. Prefiero la comida española. Después de un mes en Irlanda, me he dado cuenta que me encanta la comida mediterránea. Yo no digo que coman ni peor ni mejor, sino diferente... pero para mí, donde se ponga una buena tortilla de patatas (por cierto, hice una y al final me la comí yo... no supieron apreciarla), unas lentejas o un gazpacho... Eso sí, los dulces y la repostería aquí son para quitar el sentido.

9. Son personas bastante simpáticas, amables y hospitalarias. No tendría blog suficiente para agradecer a mi anfitriona C. y mi anfitrión S. su hospitalidad conmigo...

y 10. Después de un mes, ya no los veo tan feos... Será que me he acostumbrado a las mejillas coloradas como un tomate.

PD: Pido disculpas a todos mis fans y seguidores por la tardanza de este post... Mi vida se va complicando cada día más...

sábado, 10 de septiembre de 2011

Aventura sobre ruedas

Ya estaba tardando mucho que me pasara alguna historieta en mi superbólido irlandés (léase WV Polo con radiocassette, elevalunas 'manuales' y una estampita con alguna plegaria religiosa sobre seguridad vial). Yo, de coches, no entiendo mucho, pero si algo da la experiencia al volante, es que sueles intuir que algo no va bien.

Digamos que los primeros días con el coche fueron bien: el pobre mío no 'tiraba' demasiado, pero me llevaba y me traía a los sitios, que era de lo que se trataba. Unos cuantos días después, volviendo a casa con los niños desde el 'dirty park' (el parque sucio le llaman ellos, porque está lleno de tierra y eso, en un país en el que llueve diariamente...) y teniendo que subir una cuesta bastante hermosa, tuve miedo de quedarme en mitad del camino: el coche, en primera, casi se me quedaba parado subiendo.

Bueno está. Se lo digo a mi anfitriona C. y se ríe: jajaja, ya, ya, es un coche pequeño e Irlanda está llena de cuestas y colinas, pero te gasta poco... Vale. Sigo con mi vida. Y con el coche. Pero algo sigue sin ir bien.

Ayer. Viernes tarde. Quedo para ir a Cork a tomar un café y dar una vuelta con otras tres chicas españolas. A dos de ellas las recojo en el superbólido porque me pilla de camino. Para un trayecto de 15 minutos tardamos así como 40, entre el tráfico (está lloviendo) y que mi coche no tiene muchas ganas de andar. Venga, Silvia, no te pongas nerviosa.

Tengo que decir que hay dos cosas que caracterizan a los irlandeses: una es la impuntualidad (cosa rara teniendo de vecinos a los ingleses) y otra, que son bastante amables y pacientes en general. Lo que quiero decir es que no te pitan al segundo 2 cuando el semáforo se ha puesto en verde. Ya. Pero una cosa es que el coche no arranque una vez y otra muy distinta es que no arranque en ninguno de los semáforos. Y entonces, hasta los irlandeses pierden la paciencia (o eso, o me tocó detrás de mí un español, no sé).

Bueno, venga, no pasa nada. Jaja, jiji, aparcamos, nos tomamos un chocolatito caliente. Vámonos a casa, no? Vale, para casa. Y voy a resumir: camino habitual de retorno a casa cortado, itinerario alternativo, una cuesta - de doble sentido y con un ancho de calle para reirse un rato - con una inclinación de 90 grados por lo menos. El coche se queda en mitad de la cuesta y no hay narices a que suba. Coches que vienen en sentido contrario, coches que esperan detrás de mí. Yo me empiezo a acordar de C., de S., del señor que vendió el coche y de parte de su familia. Diez minutos después conseguimos salir del atolladero, marcha atrás. Segundo itinerario alternativo. Todo bien durante unos metros. Segunda cuesta, ésta de 120 grados. De nuevo la misma situación. Coches que vienen, coches que esperan. Me pitan. Me hacen aspavientos con las manos. Detrás de mí hay una cola de vehículos que daría la vuelta a la M30 de Madrid. Me toca llamar a C. y que venga a buscarme.

Total, que ahora el coche está en el taller, y de momento vuelvo a estar sin vehículo propio. Qué poco duró la independencia..

lunes, 5 de septiembre de 2011

Experiencias nocturnas

Ya tengo vida social. Se nota, no? Una semana sin escribir es mucho tiempo. Pero he estado bastante ocupada con los PP (Pequeños Pelirrojos) y con mi nueva y activa vida fuera de casa.

El colegio ya ha empezado y nunca pensé que fuera tan duro lo de llevar y traer a los niños del cole. Que si ahora llevas a uno, vuelves porque el otro hasta dentro de una hora no entra, vuelves, una hora después sale el tercero... y así, sin parar, se pasa la mañana. Creo que nunca he tenido tanto estrés en un trabajo.

Pero lo que iba a contar es más interesante: mi primera salida nocturna en Irlanda. Ya os comenté que mi nueva estrategia 'social' era el abordaje puro y duro, y así fue como conocí a aquella española en el autobús. Quedamos para tomar café (una costumbre muy española) a eso de las 5 de la tarde (otra hora muy española) en un típico pub irlandés. Todo muy bien, pero mientras nosotras estábamos con el café, los lugareños ya daban buena cuenta de sus pintas de cervezas. Esta española conocía a otra, con la que quedé también, y esta vez para salir por la noche. Mi primera vez en la noche irlandesa.

Fuimos a otro típico pub (que no son como los pubs a los que nosotros llamamos pubs, sino lugares de comida y bebida), con música irlandesa en directo. Digamos que la noche fue interesante. Para empezar, diré que los pubs son los centros de la vida social en Irlanda. El clima, el horario, el modo de vida... no permite, como en España, estar tanto en la calle y sí en sitios cerrados y guardados de lluvia y frío. Y siendo centros de vida social, la mayoría de los irlandeses acude sólo al pub, y allí ya se hace amigos. O sea, que tú te sientas allí, con tu pinta en la mano, y al poco rato ya tienes a unos cuantos haciendo amistad contigo. Son muy sociables y dicharacheros estos irlandeses.


Cuando ya llevaba un rato allí, empecé a observar al personal. La cerveza corre que da gusto, así que, a los ya de por sí mofletes colorados, súmale ojos entornados y voces cada vez más altas. El punto álgido sucede cuando la banda empieza a tocar canciones tradicionales irlandesas y todo el mundo se pone a cantar y bailar sin vergüenza ninguna... Tengo que reconocer que la música irlandesa es bastante animada e invita al movimiento, así que, me uní a ellos. Y así, un baile tras otro, una canción tras otra, acabó mi primera noche irlandesa.

Ya he dicho antes que los pubs son centros de la vida social en Irlanda, sobre todo, los que están situados en los pueblos pequeños. Y una de las citas semanales ineludibles es el bingo, que suele hacerse los jueves. Supongo que no dudaréis que voy a ir, claro está. Un bingo en irlandés… eso es algo que no me pierdo por nada del mundo.